El Rev. Eduardo Martinéz ha comunicado su posición teológica frente al reto de interpretación de las escrituras en una carta abierta a los miembros de la Iglesia Evangélica Luterana de Colombia. Transcribimos el texto aquí por considerar importante el debate amplio del tema.
¿Qué dice realmente la Biblia?
Con esta frase los testigos de Jehová quieren llamar la atención de los transeúntes que pasan por las esquinas de Bogotá, en las que ellos se ubican para difundir su manera de pensar sobre el mensaje de la Biblia.
Precisamente las múltiples maneras de acercarse a los textos bíblicos se constituyen en causa y explicación para la existencia de tantas iglesias y tantos movimientos que “fundamentan” su fe en el libro sagrado del cristianismo: la Biblia.
Pero, ¿es legítimo fundamentar, prácticamente, cualquier cosa a partir de la interpretación de la Biblia?
Quise introducir de esta manera la presente carta abierta a mis hermanos y hermanas de la Iglesia luterana en Colombia, en la que expongo algunas de mis ideas, para dar claridad frente a señalamientos públicos, y velados, de haber dejado de lado la Biblia, y de estar bajo la influencia de la teología liberal en las posiciones que he asumido frente a temas relacionados con los derechos de las minorías sexuales, entre otros.
Creo oportuno este momento para escribir, cuando ya no tengo el rol de Obispo – Presidente de la IELCO, y me puedo expresar con mayor libertad desde mis convicciones personales, reflejadas en las siguientes líneas.
Lo primero que quiero desmentir es la presunción de que he dejado de confesar y creer que la Biblia es la fuente de autoridad y norma para la fe y la práctica del cristianismo. De hecho, al momento de ser ordenado al Ministerio de la Palabra y de los Sacramentos hice profesión pública de que ésta es mi convicción y de que bajo dicha premisa iba a desarrollar mi ministerio. No creerlo, y no ser consecuente con ello, sería traicionar mi compromiso con Dios y con su iglesia.
Si esto es así, ¿Por qué puedo afirmar cosas que otros consideran contrarias a la Biblia? La respuesta es sencilla: porque no leemos la Biblia de la misma manera, no la vemos con los mismos ojos.
Existe una manera de leer la Biblia, en algunos de mis hermanos y hermanas, que yo me atrevo a llamar “fundamentalista”. Explico por qué:
La teología que hoy se conoce en el ámbito académico cristiano como liberal, es aquella que tuvo su desarrollo, especialmente, en el siglo XIX y comienzos del XX. La característica de esta manera particular de acercarse a la Biblia consiste en verla, básicamente, como libro susceptible de ser estudiado por medio de disciplinas de pretensión científica: análisis literario, crítica textual, lingüística, estudio del contexto histórico mediante la arqueología, la antropología y ciencias afines, entre otros.
La teología liberal surge como una respuesta, desde la orilla de la fe, en un mundo y cultura que privilegian el conocimiento obtenido mediante la aplicación del método científico para el hallazgo de “verdades” o leyes de carácter científico. La lucha de la teología de entonces era tratar de legitimarse a sí misma, como verdadero conocimiento, al lado de otros saberes.
Un sector del cristianismo de entonces comenzó a mostrase inconforme con algunas conclusiones de la teología liberal. A manera de ejemplo: Un asunto interesante de la teología liberal era búsqueda del “verdadero” Jesús, no el de la fe sino el de carne y hueso: el Jesús histórico. En esa búsqueda, algunos teólogos llegaron a cuestionar creencias tan centrales en la fe del cristianismo como la afirmación de la resurrección de Jesús como hecho histórico. En lugar de ello, según tales teólogos, la resurrección podría ser comprendida mejor como un asunto de fe: los discípulos y discípulas de Jesús “creyeron” en su resurrección, consecuentemente, el hecho histórico no sería la resurrección como tal sino la fe en ella.
En reacción frente a estas tesis surgió lo que se conoce como el fundamentalismo bíblico: una manera de acercarse a la Biblia que asume cada cosa que está escrita en la Biblia como verdad irrefutable y absoluta. Desde esta óptica lo mejor es leer la Escritura literalmente, buscando aplicar sus enseñanzas y normas tal y como se pueden observar directamente en la Biblia.
Una consecuencia práctica de esta manera de leer la Biblia es, por ejemplo, el rechazo al conocimiento que brinda la ciencia respecto a la vida humana. No se acepta, desde esta perspectiva, que la historia del ser humano tenga millones de años de evolución, porque el texto bíblico habla de seis días durante los cuales se creó el universo, el planeta tierra y el género humano, lo cual debe entenderse, desde esta visión, en forma literal. Podrían darse cientos de ejemplos sobre temas en los que el conocimiento humano y científico sería rechazado por no estar en concordancia con una lectura literalista de la Biblia, sin importar lo abrumadora que pueda ser la evidencia en favor de determinada tesis o teoría.
Personalmente no “comulgo” con ninguna de estas dos maneras de aproximarse a la Biblia, ni teología liberal ni fundamentalismo bíblico; básicamente, porque ambas caen el mismo error: no le permiten a la Biblia expresarse por sí misma al no tomar en serio lo que la Biblia misma es y pretende ser. La Biblia no es un libro caído del cielo en el cual cada palabra que contiene haya sido escrita directamente por la mano de Dios. Tampoco es un libro cuyo contenido tenga la pretensión de ser científico. La Biblia, en cuanto a libro sagrado, es texto escrito que nos transmite el testimonio de quienes han “caminado” con Dios, mediante la fe, en situaciones culturales e históricas concretas. La pretensión de la Biblia es una sola, digo esto desde la perspectiva confesional luterana: que Conozcamos a Cristo y su evangelio (S. Juan 20:30-31).
Todo esto sería objeto de un escrito más extenso, con numerosas citas bíblicas y bibliográficas, pero dado el objetivo de ser una carta más de carácter pastoral, me permito expresar sola algunas cosas muy básicas para clarificar mi aproximación a la Biblia, que sustenta mis expresiones públicas, para quienes deseen entender lo que planteo no por lo que otros dicen de mí, sino por lo que yo mismo afirmo.
Algo fundamental, en lo que seguramente diferimos con algunos, es en nuestra compresión de la revelación de Dios. Entiendo que revelación, en su sentido más básico, hace referencia al encuentro real, concreto, existencial e histórico, entre el ser humano y su Creador. Encuentro que está mediado por diversos tipos de experiencias: algunos han encontrado a Dios al escuchar su voz desde una zarza ardiente (Moisés), otros han sentido un fuego interior que los consume y los impulsa a hablar en el nombre de Dios (Jeremías), otros se han visto confrontados por Dios y desafiados a cambiar su camino y sus propósitos (Pablo), otros han descubierto a Cristo en el rigor del estudio académico de las Escrituras (Lutero), a otros Dios se nos ha revelado en circunstancias límite y críticas de nuestra vida: enfermedades, crisis emocionales e incluso económicas, y podríamos seguir enumerando un sinfín de situaciones humanas y concretas que han servido de ocasión y de contexto para que Dios se diera a conocer (revelarse) a nosotros y nosotras, seres humanos. En otras palabras, la revelación de Dios, como hecho real y concreto, ha acontecido a lo largo de la historia de los seres humanos. Hoy sucede, y seguirá sucediendo, porque Dios no deja de mostrarse a su creación. En pocas palabras: la revelación de Dios ocurre en la realidad de la vida humana.
Consecuentemente, cuando aseveramos que la Biblia es la Sagrada Escritura revelada por Dios, estamos afirmando que es el texto escrito que registra, precisamente, cómo ha sido este caminar de Dios con sus criaturas y este revelarse al ser humano en su realidad histórica y concreta.
Dicho caminar se ha enmarcado en contextos culturales, geográficos, lingüísticos y religiosos específicos. Para entender de manera adecuada lo que dice la Biblia el lector de la misma no puede ignorar los contextos particulares en los que se escribieron los textos que integran la Biblia. Es en la comprensión de dichos contextos en donde diversas disciplinas encuentran su lugar. De manera práctica, yo no puede tener un conocimiento apropiado del Antiguo Testamento sin comprender, lo mejor que me sea posible, la lengua hebrea, la cultura no solo del pueblo judío de hace dos o tres milenios, sino también de su entorno político, social y geográfico, entre otros aspectos. Tomar en serio estos asuntos no es teología liberal, Lutero y quienes acompañaron la reforma fueron enfáticos en afirmar la necesidad de estudiar la Sagrada Escritura con las mejores “herramientas” que estén a nuestro alcance. Por eso me preocupa que algunos estén sembrado desconfianza entre los feligreses frente al estudio serio de la Biblia. Se les olvida que la reforma luterana surge en el contexto académico. Lutero fue doctor y maestro de Biblia en una universidad.
Por eso, no comparto la idea, que algunos están promoviendo, de que una lectura simple, poco profunda y literalista de la biblia es más auténtica y bíblica. Dicha postura nos conduce solamente al error y la insensatez. Una lectura semejante nos podría llevar a conclusiones tan absurdas como, por ejemplo, que la Biblia justifica algunas formas de esclavitud, porque ni en el Antiguo Testamento, ni en el Nuevo, hay una condena explícita a la misma. Por el contrario, en el Antiguo Testamento se indican las reglas a seguir en caso de tener esclavos (Levítico 25:44-46 ss.) y, en el Nuevo Testamento, San Pablo no dice que los esclavos deban ser liberados, sino tratados como hermanos en la fe. A pesar, de esto, y desde una lectura que atienda más al sentido del evangelio, no se necesita hacer mayor esfuerzo para sustentar que hoy no es aceptable que como cristianos apoyemos alguna forma de esclavitud.
Si se afirma, simple y llanamente, que todos los mandatos contenidos en la Biblia son absolutos y de aplicación para todos los tiempos habría que preguntarnos por qué no cumplimos hoy ordenanzas como la de aislar a nuestras mujeres cuando tienen hijos, pues al derramar sangre durante el parto han de ser consideradas “inmundas” (Levítico 12:1-5). Dicho aislamiento cambia dependiendo de si la mujer da a luz a un hombre o a otra mujer: cuando da a luz a una mujer la impureza es más grave por lo que la madre debería aislarse el doble del tiempo.
Son decenas de ejemplos que se pueden dar de cosas que hoy como creyentes, que afirmamos la autoridad de la Biblia, no aplicamos pues entendemos que hay muchas ordenanzas bíblicas que tuvieron sentido y razón de ser en un tiempo y cultura determinadas, pero que hoy no hayan lugar en nuestra vida y práctica de la fe.
No solo es cuestión de la necesidad de interpretar la Biblia teniendo en cuenta los diferentes contextos que sirven de trasfondo para los relatos bíblicos, también hay criterios teológicos que la misma Biblia nos indica que deben ser tomados en cuenta para la adecuada comprensión de su mensaje.
De acuerdo con nuestra confesión de fe luterana, hay dos conceptos fundamentales que se relacionan entre sí y que deben ser tomados en cuenta para interpretar correctamente la Sagrada Escritura: la Biblia se interpreta a sí misma y la Biblia debe leerse con criterio Cristo-céntrico. En palabras sencillas: la Biblia misma nos da criterios para su comprensión y todo texto, y mensaje, contenidos en ella deben juzgarse, valorarse y comprenderse a partir de Cristo y de su evangelio.
En la práctica lo que esto significa es que Jesús y su mensaje están por encima de cualquier otra enseñanza, así provenga de Moisés, de Pablo o de cualquier otro autor bíblico. Esta es una idea que el autor de la carta a los Hebreos desarrolla con profundidad, no hay nadie ni nada superior al Hijo de Dios y su mensaje. Leemos al comienzo de dicha carta: “Dios, habiendo hablado muchas veces y de muchas maneras en otro tiempo a los padres por los profetas, en estos postreros días nos ha hablado por el Hijo, a quien constituyo heredero de todo, y por quien así mismo hizo el universo (…)” (Hebreos 1:1-2).
Por cosas como las que he venido argumentando es que puedo afirmar que efectivamente no es válido decir cualquier cosa a partir de la Biblia. Eso lo he aprendido desde hace rato, y por eso no puedo tomar en serio ideas simplistas en el acercamiento al texto sagrado. Cualquiera puede pretender que está diciendo “lo que realmente dice la Biblia”. Pero no se le puede dar la razón a todo. Personalmente, prefiero el estudio serio y juicioso de las Escrituras a la superficialidad y el facilismo.
Para comprender asuntos como los que la Iglesia en Colombia quiere abordar hacia adelante tendrá que colocar sus ojos y oídos en dirección hacia el Maestro, nuestro Señor Jesucristo. Personalmente, no encuentro argumentos en los evangelios que sustenten una actitud discriminatoria y agresiva hacia determinado grupo de personas. Por el contrario, el mensaje, las actitudes y las acciones de Jesús buscaron la dignificación de los grupos de personas que la sociedad, la cultura, incluso la religión, de su época marginaba, estigmatizaba y condenaba.
Por esta razón fue doloroso para mí, en nuestra pasada reunión nacional, escuchar a una persona de unas nuestras comunidades decir: “No puedo aceptar la idea de que todos los seres humanos seamos iguales en dignidad (…) no es verdad: no todos somos iguales”.
Lamentablemente, la opinión de esta persona refleja el pensamiento de muchos en nuestra propia iglesia, pero también refleja nuestra propia cultura en Colombia: la intolerancia, la agresividad el irrespeto y la violencia es el fruto de no poder reconocernos como semejantes, como seres humanos con la dignidad que el creador da a sus criaturas.
El fundamentalismo bíblico no es inocuo, inofensivo, por el contrario es peligroso en la medida en que conduce a sectarismos religiosos, divisiones, actitudes inhumanas y deshumanizadoras. Desde lecturas superficiales e ingenuas se ha justificado el racismo, el genocidio y la homofobia, entre otros males que dañan vidas y comunidades.
Personalmente, no puedo comulgar con estas cosas. Me reconozco a mí mismo como Pastor Luterano conocedor y estudioso de la Sagrada Escritura y de la tradición confesional luterana. Es desde allí que he asumido el compromiso personal de promover y defender la dignidad de los seres humanos, en especial de minorías que han sufrido el estigma y la condena social, como lo son las minorías sexuales. No soy alguien que “apapacha el pecado” porque el pecado que en esta oportunidad hay que poner en evidencia, denunciar y confrontar, es el de nuestra sociedad y cultura, de la cual somos parte y producto.
Desde el evangelio, puedo decir algo distinto porque la buena nueva de Jesucristo cuestiona y llama a la transformación de los patrones culturales. Decir este tipo de cosas ha tenido para mí un costo personal, me siento señalado y juzgado por mi propia iglesia. Pero asumo ese costo, porque es el mismo que pago el Maestro.
Cuando el Señor fue requerido por Poncio Pilatos a confesar quien era Él, si en realidad era el caudillo político de su pueblo, Jesús contesto: yo para esto he venido para ser testigo de la verdad (S. Juan 18:37). Comparto la misma vocación de mi Maestro: dar testimonio de la verdad.
La verdad en este asunto, que tanto alboroto ha causado en este tiempo, es que la Biblia no es un manual de sexualidad humana. Lo que la Biblia dice sobre relaciones de personas del mismo sexo debe entenderse teniendo el trasfondo cultural de la época.
Si hoy queremos tener una comprensión seria sobre sexualidad humana, no podemos evadir el conocimiento alcanzado por las ciencias humanas. Tampoco deberíamos temer escuchar a las personas, creyentes o no, con una opción sexual diversa contándonos cuál ha sido su experiencia de vida. Tendremos que hacer nuestro mejor esfuerzo por escucharnos, comprendiendo que más “que hablar de un tema” se trata de abordar realidades humanas que necesitan ser entendidas para poder responder a ellas, a partir de nuestra fe en Cristo y su evangelio.
Rev. Eduardo Martínez Díaz, M.T.
Obispo Emérito de la IELCO